Friday, September 20, 2024
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Escuelas y maestros en Cuba: ayer y hoy

LA HABANA, Cuba.- En su libro sobre la familia Diego-Marruz ¿Y ya no tocan valses de Strauss? (Ediciones Matanzas, 2019), su autora, Josefina de Diego, hija del poeta Eliseo Diego, dedica un capítulo a recordar su escuela y los maestros que tuvo en su niñez, en la década de 1950.

Josefina de Diego estudió en la “Escuela Hogar Consuelo Serra”, ubicada en el poblado Arroyo Naranjo. En el poblado había dos escuelas, una pública y otra privada. Los padres y la abuela paterna de Josefina de Diego, que habían sido maestros, determinaron que ella, junto a sus dos hermanos, estudiaran en la privada, que se encontraba a unas cinco cuadras de la casa, muy cerca del centro del pueblo, donde estaba el parque, la iglesia y el colegio público.

Refiere Josefina Diego que su escuela era “modesta, sin lujos” y que “la matrícula tenía un precio módico y permitía que todo el que quisiera estudiar allí lo pudiese hacer, y si no tenían recursos para pagar, pues no pagaban. Incluso había posibilidades para niños huérfanos, sin recursos, de ahí la palabra hogar en su nombre.” 

La escuela fue fundada por Consuelo Serra, hija de Rafael Serra, un gran amigo de José Martí. Estudió magisterio durante cinco años en el Normal College de Nueva York y se graduó el 28 de junio de 1905 como Bachiller en Artes, titulación exigida en los Estados Unidos para habilitarse como maestra de instrucción pública. En Cuba se hizo Doctora en Pedagogía y en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana en 1916.

Josefina de Diego describe a su escuela así: “Era una espaciosa casa trasformada, con portal, sala, comedor, muchos cuartos, y un patio interior grande donde se formaba, jugábamos a la hora del recreo…y un traspatio enorme… Las diferentes habitaciones habían sido modificadas en aulas, que se mantenían siempre limpias, pintadas, con sus pizarras y pupitres siempre impecables…”.

Recuerda que las maestras eran negras y mulatas, la mayoría profesaba la religión católica, y todas eran graduadas de la Escuela Normal de La Habana. El único hombre que se veía ocasionalmente era Pedro N. Veranes, viudo de Consuelo Serra, pedagogo, abogado, y que asumió la dirección del plantel en 1945 cuando falleció Consuelo, a los 61 años.

Explica: “La escuela fue concebida para niñas y niños, algo no muy frecuente en los colegios privados de la época, sin discriminación de razas, estatus social, ni credo religioso. Era una escuela martiana, donde se aprendía mucho y bien, pues sus maestras eran instruidas y cultas. Educaban no solo a partir de sus conocimientos, que eran sólidos, sino también y por encima de todo, con su ejemplo. Ahora, que tanto se desea y se hace por mejorar la calidad de la enseñanza en Cuba, se debería aprender de esta institución, de sus esencias y conceptos. Allí no había nada chabacano, ni improvisado, ni irrespetuoso, ni vulgar. Desde la forma en que se vestían, se comportaban, hablaban siempre en un tono de voz bajo, amable, correcto en todo momento, estaban educando, formando”. 

Esa escuela dejó de existir en 1961, cuando se nacionalizaron todas las instituciones privadas del país. Pocos años después se derrumbó. Ya no queda nada allí, solo un manigual espeso.

Josefina de Diego escribió al Centro de Restauración de Patrimonio para que en ese lugar se hiciera un parque y se colocara una tarja de recordación a dicha escuela. Jamás le respondieron.         

Yo también recuerdo con cariño y admiración a los maestros de la escuela primaria donde estudié, el Colegio Academia Alpízar: a su director, José Alpízar Blanco, que vestía siempre de traje, cuello y corbata, y a Marta, Elida Menocal, Ana, Teresita la subdirectora, y Rafael Alpízar.

¡Cuán diferentes de los maestros que hubo después del triunfo de la revolución!

En la década de 1970 fui maestro emergente, pero no continué, pues discrepé de los métodos aplicados para la preparación de clases y de la enseñanza politizada impuesta por los programas de estudio.

Un metodólogo en Educación de Adultos, por donde transité por un tiempo, me decía que los maestros emergentes eran “MOC: Maestros Organizados a la Carrera”. Y tenía razón.

Hoy, las escuelas están destruidas, y faltan las libretas, los lápices y los libros de texto. Y también los maestros, que faltan en las aulas por las exigencias absurdas y agotadoras y los bajos salarios.

Los miles de maestros que estudiaron en las Escuelas Formadoras de Maestros de acuerdo con los magnos proyectos de Fidel Castro, en la mayoría de los casos, sin estímulos ni verdadera vocación, se han ido a desempeñar empleos mejor remunerados.

En medio de todas las dificultades que vive el país, compensar la falta de maestros con personas sin vocación y preparadas apresuradamente en vez de incentivar adecuadamente a los que ejercen el magisterio para evitar que se sigan yendo, es un error que repercutirá en la formación de las nuevas generaciones de cubanos.      

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