Monday, September 23, 2024
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Entre la presión del régimen y la vocación religiosa: La historia del pastor Roberto Cemillán

LA HABANA, Cuba. – Aunque Roberto Manuel Cemillán López nació en Cienfuegos el 25 de agosto de 1970, el empleo de su padre como ingeniero químico lo llevó a vivir al municipio de Cárdenas, en Matanzas.

En el año 1988 inició sus estudios en la Facultad de Ciencias Médicas de Matanzas y, seis años después, se graduó de doctor en Medicina. El Servicio Social, que es de carácter obligatorio en Cuba, lo cumplió en el municipio matancero de Martí. Esos fueron los años que más disfrutó como médico, según sus propias palabras.

“Me sentí realmente médico, no bloqueado por la burocracia médica. Tuve la oportunidad de hacer partos y atender urgencias como el edema agudo del pulmón. Experimenté la gratitud de las personas a las cuales les estaba sirviendo”, expresó Cemillán.

―Entonces, ¿qué sucedió al convertirse en especialista en Medicina General Integral y realizar un diplomado en Gerontología Comunitaria?

―La cosa cambió. Ponían mucho énfasis en la burocracia alrededor de programas que había que cumplir, era un agobio total. Veía que resultaban más importantes las estadísticas médicas que atender al paciente. Eso, y luchar contra la escasez de medicamentos y la limitación de otros recursos para poder dar un servicio con cierto decoro, me golpeó.

Era miembro de la Iglesia Presbiteriana de Cárdenas y atendía el programa de familias por el Consejo de Iglesias. Fui sintiendo el deseo de trabajar más tiempo ahí, lo que veía muy limitado por mi labor como médico. A partir de un desencuentro con la directora del policlínico local, decido irme para la iglesia definitivamente; era una idea que cocinaba desde hacía dos años.

Roberto Cemillán durante su época como médico en comunidades rurales cubanas (Foto: Cortesía)

Cemillán culminó su trabajo como médico en 2002, y una vez dejó de ejercer su profesión, ocupó las funciones del campo pastoral en Cárdenas. En 2003 matriculó en un curso de Teología en el Seminario Evangélico de Matanzas y en 2007 fue ordenado como pastor presbiteriano para atender las dos iglesias cardenenses.

―¿Cómo fueron sus años en el Seminario Evangélico?

―Fueron los mejores. Mi diapasón de pensamiento se expandió grandemente y vi cuán limitado estaba en todos los sentidos, desde capacidades de cosas que podía hacer, hasta aspectos que no conocía y que existían.

Fue una experiencia también preciosa, porque en mi frustración de vivir en un país donde hay tantas limitaciones desde la perspectiva de la libertad, me refugié en la iglesia.

―En 2009, fue elegido como vicemoderador del presbiterio de Matanzas y de la Iglesia Presbiteriana en Cuba. Cuéntenos de esta experiencia, por favor.

―Empecé a notar esa presión que hace el Gobierno sobre muchos líderes religiosos para controlarlos y que sean una especie de colaborador. Si te portas bien no tienes problemas; ahora, si te empiezas a portar mal pueden aparecer. Quizás, si no hubiese tenido tan rápido los cargos que me llevaron a confrontar a esas personas cuando no tenía la madurez para eso, si me hubiera mantenido como pastor de la iglesia local, tal vez estaría en Cuba, pero llegó un momento en el que sentí que me iba o tocaba con la misma cuerda que esa gente para que no me pasara nada.

En esos primeros años de los 2000 en Cuba no había acceso internet para la población y la Oficina de Asuntos Religiosos asignaba ciertas cuentas de email para uno poderse comunicar.

En esa época no se vendían vehículos, los que tenía la iglesia también los daban ellos [los funcionarios del Gobierno]. La iglesia nuestra en Cárdenas estuvo por muchos años tratando de lograr una licencia de construcción, ya que el edificio era patrimonio histórico. Fue muy complicado darle mantenimiento y remodelarla en el interior. Esa serie de cosas hacía a la iglesia muy dependiente de la Oficina de Asuntos Religiosos para resolver problemas imperantes.

En aquel tiempo recuerdo un poco de tensión con ciertos movimientos religiosos que estaban surgiendo dentro de la Isla como los pentecostales. El tiempo que pasé en el Seminario fue forjando en mí una visión de lo que es vivir en libertad, para lo que es muy importante el respeto por otras maneras de pensar. En Cuba si tienes criterios diferentes al oficial, no eres mirado de igual manera, sobre todo por las personas con cargos políticos.

Mientras me mantuve en el romance de ser pastor, predicar, ayudar a las personas con necesidades, sentía que ahí estaba mi misión. Una vez que empiezo a tener ciertas responsabilidades dentro de la iglesia como estructura, corporación, se vuelve más complicado seguir; me di cuenta de las alianzas dentro de ella; a veces parecíamos más un partido político.

Roberto Cemillán
Roberto Cemillán (Foto: Cortesía)

―¿Cómo llegó a Estados Unidos?

―Fue a través de una carta de invitación de dos iglesias. Tomé un avión directo a Miami. Fui para Noah, ahí estuve con los hermanos de la iglesia La Montaña, después en Nueva Orleans y finalmente en Miami, donde no tenía certeza de quedarme, pero amistades que sabían mi manera de pensar, me apoyaron en esa decisión. 

Cemillán tuvo que residir un año de forma ilegal en el país norteamericano para poder solicitar la residencia mediante la Ley de Ajuste Cubano.

En ese año indocumentado, la primera Iglesia Presbiteriana de Miami fue un gran apoyo y sustento para mí, además de los amigos que aparecieron, ángeles que el Señor te pone, y que me ayudaron económica y emocionalmente.

―¿Qué resultó lo más difícil tras emigrar?

―Lo que más me dolía cuando pensaba en Cuba y en lo que había dejado atrás era mi congregación de la Iglesia Presbiteriana, la iglesia local, no sus dirigentes, sino la gente que va y se sienta en los bancos. Sentía que los había traicionado, porque decía “me fui, los dejé atrás, tuve la opción de escapar, pero… ¿y los que no la tienen?, ¿quiénes los protegen?, ¿quiénes los cuidan?, ¿quiénes los orientan?”.

A los meses de estancia en Estados Unidos un pastor puertorriqueño le preguntó si le interesaba convertirse en capellán.

Nos orientó, a una compañera mía de trabajo, pastora, que se había quedado, y a mí, para que empezáramos a hacer los cursos de la compañía de Vitas Healthcare de Clinical Pastoral Education, una especie de educación clínico-pastoral para trabajar como capellán.

Allí encontramos a la señora Beverly Ross que nos acogió como hijos. Recuerdo esa primera clase donde había siete estudiantes, todo en inglés, no quería ni mirar para que no me preguntaran, porque podía hablar primitivamente, pero no entendía nada.

―¿Cómo contribuyó su formación académica como médico en esa nueva etapa de su vida?

―Los estudios de Medicina han sido pieza clave en mi trabajo como capellán. Al principio fue complicado, porque el pensamiento médico es clínico, hay que probar las cosas y, desde la capellanía, desde la fe, no tienes que probar nada. Cuando te reúnes con un experto, vas a esa persona para que te aconseje lo que tienes que hacer; en el caso del capellán es un poco diferente: me siento con el paciente, y esa persona es la experta, es la que conoce su dolor.

Mis conocimientos médicos me han ayudado bastante. He estado en casas donde el paciente está mal y hablo con la familia, muchas veces no me voy, porque sé que se va a fallecer en poco tiempo y quiero estar ahí para acompañarlo.

Muchos amigos capellanes me dicen en broma que estoy en ventaja respecto a ellos. Los capellanes tienen que declarar la muerte del paciente y experimentan temor, porque no poseen la preparación clínica. La capellanía me ayuda a moverme entre los dos romances profesionales de mi vida, la medicina y el pastorado. Trabajo con un equipo médico, lo que sano desde otra perspectiva, igualmente poderosa.

Roberto Cemillán tras oficiar una boda en Miami (Foto: Cortesía)

―¿Quién es Roberto Cemillán cuando no está en el trabajo?

―Me considero un cubano que disfruta mucho de hacer maldades y chistes. Utilizo lo que se llama el egoísmo positivo: trato de que la gente se sienta bien cuando yo esté. No me gusta estar hablando de problemas, para eso tengo dos capellanes amigos y hacemos catarsis mutuamente. Trato de estar positivo todo el tiempo.

Roberto Cemillán López es pastor de la United Church of Christ, donde atiende el Wedding Ministers (Ministerio de Bodas) en la zona de Coral Gables. También trabaja como pastor asistente y como capellán en la compañía Accent Care. Su función de preparar a los enfermos para el evento de la muerte como fin eminente de sus padecimientos, ha hecho que encuentre el verdadero valor de los pequeños momentos de la vida, asegura.

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