La Feria Internacional del Libro de La Habana parece tener este año dos países invitados: uno oficial, Brasil, y otro “oficioso”, Rusia, cuya caseta, aunque pequeña, está ubicada en la misma entrada de La Cabaña. Este domingo, no obstante, ninguna de las dos propuestas logró satisfacer a los lectores, que acabaron la jornada molestos no solo por el mal tiempo, sino porque los pocos libros que encontraron –en portugués y en ruso– eran de “solo exhibición”.
Entre los visitantes, que se refugiaban del aguacero en el arco de la entrada, la irritación era evidente: “Debieron anunciar que esto iba a suspenderse hoy. Ahora llegamos y desde aquí se ven las carpas cerradas”. Cuando la lluvia amainó, y la masa húmeda de gente comenzó finalmente a moverse hacia el pabellón ruso –entre otros–, la decepción fue aún peor. “Pensé que iba a encontrar muchos más libros. Pero lo que más venden es papelería y material de oficina”, se quejaba una visitante.
Libros de la editorial española Everest, con historias adaptadas de películas de Disney como Pocahontas y La era del hielo, o de la franquicia DC Comics –en varias ocasiones calificados de “imperialistas” y “subversivos” en el programa Cuadro a Cuadro, de Televisión Cubana– acompañaban la exhibición de títulos rusos, custodiada por tres veladores que a la pregunta de algunos clientes se cuestionaban si vender o no los textos. “Deberíamos vender los libros, si nadie se va a dar cuenta”, decía el encargado a las dos mujeres que lo acompañaban, aunque no aclaraba de quién dependía el “permiso”.
Libros de la editorial española Everest, con historias adaptadas de Disney, o de la franquicia DC Comics –calificados de “imperialistas” por Televisión Cubana– acompañaban la exhibición de títulos rusos
Más adelante, libretas escolares, libros de colorear, cuadernos infantiles, lápices, plumones y lapiceros ocupaban varias mesas, frente a las cuales se aglomeraba la mayoría de los visitantes. La sección de material de lectura, con libros de bajo costo y papel “de gaceta”, apenas mostraba algunos títulos extranjeros clásicos como El diario de Ana Frank, La Peste, de Albert Camus o 1984, de George Orwell, ignorados por la clientela por sus elevados precios. “El más barato que he visto, aseguraba un lector, fue uno de Sherlock Holmes a 1.000 pesos”.
En el caso de 1984, cuyo autor estuvo censurado en la Isla por varias décadas por sus novelas –que critican las formas totalitarias de gobierno–, solo se cuenta con una edición cubana de pocos ejemplares, por lo que el libro en este caso pertenece a la colombiana Globals Ediciones.
Más adelante, en el inmenso pabellón dedicado a Brasil, una presentación de un libro, en portugués, apenas llamaba la atención de quienes, más interesados en refugiarse de la lluvia que en escuchar a los autores, ocupaban las sillas. La exposición de títulos, también aquí, era de “se mira y no se toca”, según ironizaban dos mujeres.
La carpa principal, dedicada a vender libros de editoriales cubanas y cuyo inventario cuenta con numerosos títulos dedicados a Fidel Castro y a la defensa del régimen, estaba cerrada. Lo mismo ocurría en las garitas de información, cuyos custodios salieron espantados por la lluvia, o en los lugares donde este domingo estaban programadas varias presentaciones y eventos.
“Yo venía a ver los libros económicos (a precios estatales), pero no he podido conseguir nada de lo que venía buscando”, se quejaba un joven que, “entripado” por la lluvia y sin libros, se preparaba para emprender el camino de regreso.
En una feria cuya programación anunciaba numerosos eventos, presentaciones y una amplia oferta de títulos, la cereza del pastel de este domingo parecía ser una mochila negra con el logo del evento, colgada desde el techo de una de las casetas, y por la que los vendedores pedían 7.000 pesos.
Desde una cafetería, un empleado le hablaba al teléfono a uno de sus colegas: “Ni te apures, que esto hoy está en candela. No hemos vendido nada, y el que pasa por aquí es porque va corriendo para no mojarse. No te mates para venir”. La oferta gastronómica consistía apenas en una variedad de platos de maíz: mazorcas hervidas, frituras o tamales.
Desalentados, los visitantes abandonaban la vieja fortaleza de La Cabaña apenas constataban la lamentable oferta. “Este año parece que hay más transporte, o quizás sea que viene menos gente”, reflexionaba una mujer que, junto a sus dos hijos, cargaba una bolsa de libros mojados. “Hubiese sido mejor no venir”.
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