LA HABANA, Cuba. – “Llevo tres días intentando comprar la balita de gas y no he podido. Estoy aquí desde la madrugada y después de varias horas en cola me quedé sin comprar”, dice Mario Morales Mendoza, uno de los cientos de clientes del punto de venta situado en el reparto La Quinta, de Holguín, y que tendrá que esperar al siguiente día para adquirir ―con suerte― el gas licuado para la cocina doméstica.
No obstante, algunos aprovechan la escasez para hacer negocio. Para ello apelan a la oportunidad de colarse y a la compra fácil.
Los turnos en la cola se venden a 500 pesos, un precio que la mayoría no puede pagar. “Mi chequera de 1.565 pesos mensuales no me alcanza para comprarlos. Estoy obligado a hacer la cola”, dice Miguel Ramírez Expósito, un anciano de 77 años.
Finalmente, como medida de seguridad, es aceptada por todos la propuesta de numerar con una crayola cada balita o bombona para así mantener el orden.
No obstante, hay más problemas: los clientes no pueden dejar las balitas de un día al otro en la calle y tienen que llevárselas de vuelta para sus casas.
“La cola hay que cuidarla todo el tiempo porque si por la madrugada viene alguien ajeno a nosotros y no hay nadie, entonces perdemos el orden”, dice un señor entrevistado por CubaNet.
Hacer un plan de guardia nocturna para cuidar la cola es una idea que todos aceptan. “Las mujeres cuidarán por la noche y los hombres por la madrugada”, propone Morales Mendoza. Se establece que la guardia la hagan los más jóvenes con turnos en pareja y una rotación de tres horas.
Mientras se organiza la cola del siguiente día, algunos de los afectados cuentan sus experiencias a CubaNet.
“La cola siempre es muy complicada y me desgasto mucho por tantas horas que tengo que estar de pie. Nunca he podido comprar el gas el mismo día. Para ahorrarlo estoy usando más la cocina eléctrica y me ha subido el gasto de corriente”, dice Ángel Cruz Martínez, un señor de 67 años.
Marcelo Estrada Romero llegó a las 3:00 de la madrugada. “A esa hora hacía el dos en la cola. Pero a medida que pasaba el tiempo se fueron sumando más personas que decían que tenían marcada la cola del día anterior. Y hoy no pude comprar”, lamenta.
A María Oquendo le ha ido peor. Problemas de salud le impiden hacer la cola varias horas. “Mi balita lleva varios días vacía. Vivo sola. He comido gracias a mis vecinos que me ayudan, pero ya me da pena con ellos. No me dan prioridad para comprar porque no tengo carnet de impedida física. He intentado sacar el carnet pero son muchos trámites para los que también tengo que hacer cola y no puedo”, dice la señora.
Manuel Campos Mendieta cuenta una experiencia similar, ocurrida el pasado mes. “Llegué a las 5:00 de la madrugada y compré a las 3:00 de la tarde. Estaba sin desayunar, sin almorzar y sin tomar agua. Sudaba, las manos me temblaban y estuve al punto de un desmayo por tener el estómago vacío”.
En todos los puntos de venta de gas licuado de la ciudad de Holguín se repiten similares historias. La causa está en la nueva “contingencia energética” que sufre el país por la escasez de combustibles, según anunció recientemente el ministro de Energía y Minas del régimen cubano, Vicente de la O Levy.
A los clientes del punto de venta número siete (situado entre la calle Garayalde y la calle Victoria) les ha ido peor. Llegaron desde muy temprano en la mañana. Son las 3:00 de la tarde y el camión con las bombonas no ha llegado.
Durante la larga espera, el sol ha ganado espacio y deja poca sombra para los clientes que hacen la cola a lo largo de la acera bajo una temperatura de 34 grados Celsius con sensación térmica de 41 grados.
Como asientos improvisados algunos utilizan los escalones que dan entrada a las casas, otros se sientan sobre las bombonas inclinadas. La mayoría son adultos mayores.
“Estamos aquí desde la madrugada y son las 3:00 de la tarde. El camión con las balitas no ha llegado. Hemos perdido el día completo”, dice Pablo Bermúdez, un anciano de 77 años.
Hay personas que han faltado a sus trabajos. Lo hicieron con la esperanza de poder comprar rápido y después retornar a su labor. “Tengo ausencia injustificada en mi centro laboral, sigo sin gas y no tengo corriente en mi casa por un apagón. No sé cómo voy a cocinar. Esto es un infierno”, dice Magalis Fernández Miranda, quien trabaja en el departamento de contabilidad de una oficina de Comercio.