Friday, September 20, 2024
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El maravilloso nuevo cine cubano

MIAMI, Estados Unidos. – La cultura cubana es un hervidero de ideas y obras a contracorriente. El nuevo cine sigue marcando pauta de revelaciones preteridas, sin éxito, por la fracasada quimera castrista.

Se acaba de estrenar una nueva película cubana de ficción ―La mujer salvaje, de Alán González― en el importante Festival de Cine de Toronto. Es otra estampa del abismo donde zozobra el país, contada desde la marginalidad como supervivencia.

Inmersa en la violencia de su entorno, una madre trata lo imposible: poner su vida en orden y recuperar al hijo que protegen parientes de marcada prosperidad económica por su dependencia del capital extranjero.  

La marginalidad está presente en Conducta, de Ernesto Daranas, Melaza, de Carlos Lechuga, y hasta en la comedia Juan de los muertos, de Alejandro Brugués.

Ya La Habana no puede exhibir el fetiche de los logros de la Revolución mediante la épica que el mismo régimen disipó o aquella filmografía europeizada a la carta para festivales internacionales.

Los llamados clásicos, cuando no son recuperados por el altruismo foráneo, se descomponen en las bóvedas del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).

Las películas que solo sirven para la curiosidad de investigadores del futuro podrán ser piezas para armar el antológico rompecabezas de desilusiones que la Isla no deja de ser, el resto no tendrá otro destino que el olvido, pues no se elogia una dictadura con tanto afán en balde.

El documental de Ernesto Daranas que acaba de clasificar como clásico en el venerable Festival de Cine de Venecia dilucida la figura de Nicolás Guillén Landrián, no la de Santiago Álvarez.

La inmersión alucinante en la psicosis persecutoria del castrismo a los intelectuales que no acatan sus preceptos es la revelación pública del juicio estalinista sufrido por un escritor en El caso Padilla, de Pavel Giroud. 

El documental nos recuerda “el fantasma” del comunismo que recorre el mundo, solo que este espectro se originó en el Caribe y no en la vieja Europa tan dada a “ismos” infames.

Al principio fue la fascinación por Cuba y su Revolución, de intelectuales y artistas de otras naciones que obviaron la dictadura para celebrar la utopía que necesitaban. No querían oír ni de presos ni fusilados y aceptaban gustosos la respuesta de una funcionaria de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, quien aseguró desconocer a un escritor llamado Reinaldo Arenas pues no figuraba en los programas de estudio.

Ahora el director italiano Tommaso Santambrogio acaba de ser distinguido en Venecia como una nueva voz prometedora por su filme Los océanos son los verdaderos continentes, afligida antología de frustraciones en el pintoresco y desmantelado pueblo de San Antonio de los Baños. Sus personajes transcurren en la poética de la miseria y la conformidad. Unos se proponen huir de la desesperanza, otros prefieren asumir el calvario.

Niños que quieren jugar pelota en el Bronx, una anciana que encuentra consuelo en las cartas de su pareja sentimental, un hombre muerto en la guerra de Angola, y una titiritera que abandona al amor de su vida ―idealista maestro de actuación para niños― en pos de la incertidumbre que depara Europa.

Mientras tanto Vicenta B., la película que Carlos Lechuga logró terminar en Cuba antes de partir a España, sigue cultivando éxitos. Vicenta ha perdido el don de la adivinación, cuando su único hijo escapó al exilio por la peligrosa senda centroamericana. En su sinsabor la mujer explora otros sitios de tan maltrecha geografía para tratar de encontrar una respuesta a su crisis existencial. La circunstancia natural del “nido vacío” alcanza visos de tragedia.

No pocas personas se preguntan cómo es posible realizar estas películas en medio del irrespeto y la represión. La reina de las productoras cubanas, Claudia Calviño, a quien se deben algunos de los títulos aquí mencionados y quien celebra ahora mismo el triunfo internacional de La mujer salvaje, hace algunos apuntes ilustrativos en Facebook:

“Todas las películas son un reto y casi ninguna tiene el presupuesto necesario, pero La mujer salvaje es, sin duda, la peli más dura que hicimos. Empezamos el rodaje en agosto, en medio de la pandemia. Yo ya era mamá y aún daba teta. Había pasado todo el 2020 y la mitad del 2021 con toda la violencia del Gobierno cubano, tenía al esposo deprimido en casa y había acabado de suceder el 11J, en fin, que yo solo pensaba en huir. 

Fue el último rodaje en que estuve en Cuba. Filmamos entre Marianao y La Lisa, en barrios donde la mascarilla se usaba colgando de una sola oreja, donde es un lujo tener agua potable o electricidad. Fue una proeza del director Alán González y de cada una de las personas del equipo, desde la protagonista Lola Amores, que debía viajar más de 300 kilómetros en sus días off para cuidar a su mamá y luego regresar al rodaje, hasta cada uno de los asistentes y choferes que estuvo en la filmación. Fue realmente una hazaña de ellos y a todos les agradezco mucho por esta película tan hermosa y dura. 

Estoy muy feliz hoy, me despierto con estas fotos y videos del estreno y celebro que en esa sala repleta de Toronto nadie vio la película pensando que la filmamos contra todas las adversidades (literalmente hasta tuvimos que superar la tormenta “Ida” que nos pasó en medio de la producción), porque el cine es maravilloso y cada película se convierte en un triunfo en el segundo exacto que vemos el primer fotograma en la pantalla de un cine”.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

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