Friday, September 20, 2024
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El Alhambra, su fin y el de sus sucesores

MADRID, España.- En la madrugada del 18 de febrero de 1935 se derrumbó parte del habanero teatro Alhambra, esencial en la representación de lo vernáculo cubano y considerado el más importante de la República; con lo cual terminó la más larga temporada de la escena insular.

Se había fundado en septiembre de 1890, en la intersección de las calles Consulado y Virtudes, solo para hombres. Durante la República cambió el nombre por el de Café Americano. Pero en noviembre de 1900 Federico Villoch, el periodista y reconocido libretista del teatro Martí, alquiló el local junto con el escenógrafo Miguel Arias y al actor José López Falco y le restituyó su calificativo original.

Villoch ideó muchos libretos para el Alhambra. Él mismo afirmó en el artículo “Periodismo y teatro”, publicado en Álbum del Cincuentenario de la Asociación de Reporters de La Habana. 1902-1952 (Editorial Lex, 1952), que había escrito más de 400 obras vernáculas para ese teatro, entre las que menciona La casita criolla, La isla de las cotorras, Papaíto, El rico hacendado y Suma y Sigue.

En el propio texto Villoch alaba otros autores como Gustavo Robreño, del que anota: “En Alhambra figura en primera línea el meritísimo y gran compañero y amigo Gustavo Robreño, saladísimo autor de los populares sainetes Tin. Tan, La madre de los tomates y otro buen número de ellos (…)”.

Tin. Tan (realmente Tin Tan te comiste un pan, estrenado en 1901) luego se convirtió en El velorio de Pachencho, estimado un clásico del teatro bufo cubano.

Décadas más tarde, otro Robreño (Eduardo) apuntaría en su libro Como me lo contaron te lo cuento (1981), con el título de  “Anecdotario Alhambresco”: “El llamado género alhambresco lo forman las producciones teatrales que durante el largo tiempo en que funcionó el Alhambra fueron llevadas a su escenario”. Luego agrega: “Una de las peculiaridades del público que habitualmente llenaba el lunetario y la tertulia del Alhambra, consistía en su heterogeneidad (…)”.  Y después insiste en que “El público que asistía al teatro Alhambra poseía características especiales (…)”. Añade que se hacía frecuentemente sátira política y relata una anécdota sobre la desaparición el 10 de noviembre de 1900 de los timbales que marcaban el compás de los principales ritmos y el derrumbe de la instalación: “Cuando, al día siguiente del desplome, se hacía la labor de escombreo, surgieron relucientes, como treinta y cinco años atrás. Un bombero que ayudaba en la faena, no pudo menos que exclamar: ˈQue timbales los del Alhambra!ˈ”.

El teatro fue evocado en el filme de 1989 La Bella del Alhambra, del director Enrique Pineda Barnet. Donde estuvo el Alhambra abrió más tarde el cine-teatro Alkázar, denominación adquirida de su elegante homólogo madrileño. Cerrado por reformas en 1959, quedó reinaugurado pasados tres años como Gran Teatro Musical de La Habana, clausurado en 1989, y hasta el presente abandonado, deteriorado, olvidado y habitado por roedores.

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