Saturday, September 28, 2024
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Donde robar se convierte en un trabajo

LA HABANA, Cuba. – En Cuba, en mi barrio, no se hace difícil conjugar el verbo robar, sobre todo en las últimas semanas. En mi barrio, que no es breve, se habla de un sinfín de raterías y nadie se atreve a pronosticar su fin. En mi barrio olvidamos el último robo y esperamos, con algo de conformidad, al próximo. En La Habana se multiplican las raterías, se hacen suma, y hasta podrían convertirse, a la manera piñeriana, en una querida costumbre.

Sin dudas hemos asumido una actitud aquiescente y contemplativa ante casi todo, y ahora también ante los robos. Callamos creyendo que seremos protegidos. Si algo hacemos es una especie de relatoría callejera de los atracos, pero solo entre nosotros mismos, y nada más.

De esos robos se habla en la cola del pan y en la bodega, en la larga y ancha hilera que hacen en la farmacia los enfermos, y tanto es así, que he llegado a creer que asumimos, quizá para defendernos, una actitud contemplativa, y hasta generosa, con los ladrones, por miedo a esos delincuentes, y al Gobierno que quizá diga que son solo fruslerías.

Yo mismo he optado por evadir esas conversaciones que me asustan y a las que, algunas veces, respondo con algo de mímica o repitiendo aquel gesto de asombro que es idéntico a otro que captara el fotógrafo de mi pueblo cuando era yo un bebecito, que lo fui…

Los rumores sobre las constantes rapacerías salen del gentío, y son contados a la manera de la novela picaresca. Hay muchos asombros pero también hay risas que duelen y desarman, que confirman el lugar a donde fueron a parar nuestros valores y el compromiso con nuestros semejantes, con esos que compartimos los mismos espacios del desespero y las tristezas.

Se han dicho muchas cosas sobre estos robos, y una de ellas es la aparente certeza de que los ladrones usan ganzúas para abrir las puertas de sus víctimas de par en par, o quizá solo un resquicio que no llame mucho la atención. “Abrieron otra puerta, robaron otra casa”, así dicen y yo me persigno y pongo trancas, me espabilo, me asusto, estoy atento.  

Dicen que son jóvenes los ladrones, que ni siquiera tienen cara de ladrones, que tienen cara de gente común, pero yo nunca he sabido bien cuál es la cara de la gente común ni cuál es la de los ladrones. Dicen que los robadores se exaltan si las víctimas no corresponden a sus apremios. Dicen que son groseros, que hacen crecer las amenazas, y la fuerza en las agresiones.

Escuché que empujan a las víctimas, que las vejan, que susurran improperios, y muestran armas blancas que amenazan y dan miedo. Escuché decir que uno de los miembros de una “banda” tiene un arma de fuego y que la muestra a sus víctimas con mucha saña, pero ese detalle me parece menos probable.

En Cuba no es fácil conseguir una pistola desde que Fidel Castro subió al poder y arrebató las armas a los comunes, y creo que pueda el lector reconocer las razones por las que aquel Castro arrancara las armas a sus dueños. Una pistola es una cosa muy seria, y hoy mucho más.

Una pistola es una cosa tremendamente seria, y quizá es por eso que se conforman los ladrones con las armas blancas, esas que pueden sacar de sus propias cocinas, incluso de las cocinas de sus víctimas.

En Cuba casi todo  se hace en murmullos, con leves rumores, con cuchicheos. En Cuba todo se vuelve retórica. En Cuba todos somos “retoricones”, sin la gracia de los “satiricones”. En Cuba hasta los ladrones son pomposos y capaces de convencer a la víctima. Esos ladrones son muy retóricos y persuaden blandiendo el arma blanca, insisto en que eso me dijeron.

Dicen algunos comunistas de mi barrio que todo eso no es más que un chanchullito, un rumor que infunden los enemigos, pero ningún medio de comunicación se interesó hasta hoy en hacer un desmentido. La prensa hace un silencio largo. La prensa hace el silencio de los corderitos, que se hace, sin dudas, por mandamiento, por coacción, y quizá hasta para que nadie ose robar esos argumentos que podrían ser el centro del próximo guión televisivo de ese policiaco al que llaman Día y Noche.

Dicen que no son pocos los puntos de la ciudad en los que se refieren asaltos y robos con fuerza en las cosas, en las personas, y en las casas. Dicen que las víctimas dicen que los ladrones tienen comportamientos ordinarios, y fuerza bruta, y que son procaces. Y lo peor es que hacen promesas de volver si dan alguna información a la Policía, al menos eso se dice en mi barrio, y la gente lo cree, y toma precauciones.

Dicen mucho en la calle pero nada advierten los periódicos. Los comunistas en el poder ni siquiera han intentado desmentir, persuadir a los asustados. Ellos prefieren evitar alarmas, y esta vez también evitan, tanto que ni siquiera se han interesado en el discurso de la negación. Esta vez todo es silencio, esta vez se dicta, a los corderos, el silencio, porque el silencio de los corderos es la negación de esos atracos.

El silencio se hace ley, porque, como nos dejara muy en claro Wittgenstein, “de lo que no se puede hablar se debe callar”. Y los comunistas cubanos, encabezados por Fidel Castro, lo dejaron muy claro desde el primero de los días comunistas.

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