Wednesday, October 23, 2024
Google search engine
HomeCuba¿De qué tranquilidad hablan?

¿De qué tranquilidad hablan?

LA HABANA, Cuba. – Aun habiendo sufrido más de dos días de apagón y casi una semana sin agua potable, los de La Habana pueden sentirse afortunados en un país donde la “normalidad” es un lujo, y donde el “lujo” se reduce a tener un poquito menos de miseria. 

Más allá de los límites de la capital, en “las provincias”, en la mayor parte de la Isla, hay millones de personas que llevan más de 100 horas sin electricidad y que soportarán las 500 si vuelve a fallar “el sistema” —porque sin dudas volverá a pasar. Y esa conciencia de saberse condenados, abandonados, excluidos de los pequeños “lujos” que solo los “afortunados” encuentran escarbando en la miseria, les ha ido aniquilando la esperanza e instalando la resignación en el espacio vacío que dejó aquella.

Algunos ya no piden una luz que llegue para quedarse sino apenas volver a esas jornadas de “apagones programados”, anteriores a este apagón general que pareciera provocado a conciencia de un régimen perverso, es decir, a propósito de hacerlos añorar aquellos días de “ensueño” en que veían encenderse los bombillos y el ventilador de la casa solo un par de horas en la madrugada.

“Mejor 15 horas de apagón que no la oscuridad permanente”, dicen algunos y repiten muchos, demostrando no solo esa pasmosa capacidad de adaptación que tienen los verdaderos cobardes de esta historia sino, además, lo pronto que la intranquilidad de ayer se transforma en la “tranquilidad” de hoy.

Las horas de oscuridad que hace dos semanas atrás les provocaba enojo y frustración hoy las piensan como un alivio, una bendición, y es que en esas añoranzas de un pasado inmediato mejor (mejor solo porque el presente es peor) los ha entrenado ese régimen de manipuladores, de “mentalistas”, que no sabrán nada de cómo producir alimentos o de cómo atraer turistas para sus hoteles pero sí mucho de cómo hacer que nuestras mentes añoren como bueno lo que solo fue menos malo.

Por ejemplo, los días del CUC, los años de becas en el campo (a pesar de la explotación infantil, del trabajo forzado); los juguetes, la carne de res y la rusa por la libreta; el Período Especial, que aunque dejó secuelas permanentes en la salud de unos cuantos, aunque mató por hambre a más de uno, ahora en medio de tanta catástrofe y demasiada chapucería, en medio de otro mal gobierno pero esta vez sin un líder al cual seguir, algunos recuerdan como la apoteosis de nuestros años felices.

Así como en los 90, la década de los 80, a pesar de “marchas del pueblo combatiente”, de mítines de repudio, de Embajada de Perú y congresos del PCC para convertirnos cada día en más soviéticos que los mismos soviéticos, muchos la piensan como el paraíso perdido, cuando en realidad ya para los años 70 hacía rato se había extraviado por completo, y la mayoría no se dio cuenta.

Embelesados por la verborrea de aquel cacique que prometía villas y harina de Castilla a una tribu a la que ni siquiera le dejaron harina de yuca para hacer casabe; dormidos a piernas sueltas por el truco de enviar un cubano al espacio cuando millones ni siquiera podíamos viajar al extranjero; por la tontería de ser como el Che cuando ni siquiera nos permitían ser nosotros mismos; cuando ser nosotros mismos, sin pedir permiso al Partido Comunista y a su policía política, se continúa pagando con la cárcel. 

Así, de añoranza en añoranza, de conformismo en conformismo, hemos alcanzado este presente apocalíptico en que a la oscuridad y la basura por todas partes solo les faltarían unos cuantos zombis para hacer perfecto el escenario de terror. Y nada más parecido a un zombi que un ser humano hundido en la resignación, en la cobardía.   

Hoy ni siquiera somos un pueblo. Somos una masa sobreviviente y adaptada a sucesivos apocalipsis que unos mediocres incapaces usan para despojarnos de toda esperanza y así mantenerse en el poder, aunque eso suponga el colapso del sistema eléctrico como la más clara señal del colapso del sistema político.

Una masa que no logra vivir tranquila vigilando y contando los barcos de petróleo, de harina y de arroz que llegan al puerto; que ya no le pide a Dios ser feliz sino que la Guiteras no se apague y que la Felton y la Renté no salgan del sistema; que cuenta los gramos que faltan al pan de la libreta; que vende el cuerpo al extranjero por una “recarga” y el alma al Diablo por un parole.

Aquí ya todos hemos olvidado qué cosa es “tranquilidad”. La hemos sustituido por tantos miedos, silencios, oportunismos, sobresaltos y resignaciones que ya no sabemos qué cosa es vivir tranquilos. 

Tan aterrorizados por la “construcción del socialismo” hemos vivido todos estos años que la verdadera tranquilidad —esa que nadie consigue entre apagones, sed, hambre, dengue, calor, derrumbes, represión y “órdenes de combate”— nos aterra.

¿De qué tranquilidad hablan esos que amenazan con cárcel a quienes protestan con total razón? ¿Quiénes son los verdaderos indecentes y cobardes?

RELATED ARTICLES
- Advertisment -
Google search engine

Most Popular

Recent Comments