Tantos desastres acaparan la atención de la prensa, pero más de la gente que, hundida en la miseria, quedó convencida de que la Isla atraviesa una larga racha de mala suerte.
LA HABANA, Cuba. – Quieren anotarse un récord con la cifra de “cero fallecidos” reportada tras el paso del huracán Rafael pero a costa de hacer silencio sobre el abandono criminal que causó muerte y destrucción en Guantánamo al paso del huracán Oscar. Alardean sobre un milagro que no les corresponde —sino a lo que hiciera al categoría 3 no arrastrar su centro por La Habana, para terminar de echar abajo a la que hoy, aún sin padecer ciclones ni bombardeos, parece una ciudad postapocalíptica— pero solo buscando apagar con la falsa proeza la escandalosa pasividad con que manejaron la situación anterior.
Los medios de prensa oficiales, fieles a su papel de voceros, les hicieron el juego en aquel momento y hoy continúan en la misma cuerda de la complicidad. Van dejando de tocar el tema de los fallecidos —de los que la misma gente de San Antonio del Sur sospecha de que pudieran ser más que los nueve reportados por la Defensa Civil— para hacer énfasis en el “éxito” reciente y relegar la noticia a los “avances de la recuperación” cuando lo que los afectados esperan, además de ayuda real, es saber los nombres y apellidos de los responsables directos de no haber sido informados o evacuados a tiempo.
Saben que son los mismos que habilitan teléfonos de emergencia que nadie atiende o que dan apagados o fuera de cobertura, los mismos que en vez de informar minuto a minuto sobre la tormenta atiborran con reportes sobre acciones del gobierno y demás propaganda política. Y los mismos que los visitan fingiendo preocupación, y que han prometido “investigar” pero solo porque fueron encarados por quienes están hartos de justificaciones y de promesas que, por experiencias anteriores, de situaciones menos complejas, saben que jamás serán cumplidas.
Porque en Cuba el ciclón que hoy arrasa no solo se lleva casas, vidas y comida sembrada sino, además, las promesas inclumplidas del ciclón anterior, bajo el pretexto de las nuevas “prioridades” y bajo el amparo de una prensa que usa con total mala intención una catástrofe para sepultar las anteriores que, por olvidadas, la gente que nunca las sufre las asume como resueltas, superadas, como borrón y cuenta nueva porque de lo que no se habla ni escribe, no existe, jamás existió.
Esa es, la del silencio, una de las estrategias a las que más echa mano el castrismo (incluso en su versión actualizada y a la vez empeorada de por estos días de “continuidad”) cuando no puede o no tiene voluntad de resolver los problemas que acumula.
Lo que no quiere ni puede enfrentar simplemente lo anula, lo entierra y, cuando se trata de tragedias, entonces si es con otra similar o superior —sobre todo una de la casualidad y no de la intencionalidad— puede decirse que ve los cielos abiertos en tanto los desastres se traducen de inmediato en ayuda internacional, una bendición para cualquier gobierno en bancarrota.
De modo que, sabiendo que aún tiene el control de las calles a fuerza de represión, vale la pena para el régimen elevar un poco el descontento popular, aguantar cierto grado de repudio y críticas, porque un desastre “mal manejado” se traduce de inmediato en créditos rusos para la compra de combustibles, en “regalías mexicanas”, en compasiones y donaciones financieras de izquierdas y derechas. Mientras que otro desastre posterior “bien manejado” (o al menos en apariencias, es decir, las apariencias que fabrican con sus propios medios de prensa) no solo los consolida en el papel de víctimas sino que les permite redimirse, al menos frente a aquellos que fácilmente ofrecen redención.
Hoy lo sucedido en Guantánamo comienza el proceso de enterramiento. Mucho más rápido cuando a pocos días llegó Rafael y, después de unas horas, el par de sismos de alarmante intensidad, con sus más de 300 réplicas.
Tantos desastres acaparan la atención de la prensa, pero más de la gente que, hundida en la miseria, desde hace mucho tiempo atrás quedó convencida de que la Isla atraviesa una larga racha de mala suerte quién sabe por cuál castigo o maleficio, por cuál acción del pasado que la ha condenado a peregrinar de la calamidad al sufrimiento, sin tener memoria de lo acontecido.
Creo que después de tantas casualidades desastrosas, la gente comprenda que ha llegado el momento de ponerle el verdadero nombre (con apellidos y cargos) a la mala suerte, y que no se conforme más con llamar Oscar o Rafael a un huracán mucho peor que cualquiera pasado o por venir. Un temporal que aunque algunos lo llamemos “Hambrosio” (con H, como lo han nombrado algunos en Cuba en referencia al hambre perpetua) en realidad ha dejado entre nosotros cosas más horribles.