“Cuando estaba en la cima me lo daban todo. ¿Ahora qué?”. El reclamo de Ariel Hernández Azcuy, ex boxeador de 53 años y dos veces campeón olímpico de Cuba, se nutre de su desesperación. Después de su retiro, asegura, las autoridades cubanas dejaron de prestarle atención y con los 7.200 pesos que le asignaron como pago por toda una vida en el ring, apenas le alcanza para vivir.
La entrevista al atleta, publicada en el periódico oficialista Trabajadores, deja claro la decepción de Hernández con el sistema. “El dinero no alcanza. Todo es muy caro. Tenemos que reunirnos con alguien del Gobierno para solucionarlo. No es tema de política, sino de necesidad. Acá han venido personas de la Comisión de Atención a Atletas, pero ellos no deciden nada”, lamenta.
En un intento por encontrarle lógica al desamparo institucional, Hernández enumera sus logros: dos oros olímpicos –Barcelona, 1992 y Atlanta, 1996–, dos títulos mundiales juveniles –el primero de ellos con apenas 16 años– y, en el Campeonato Mundial de Boxeo, dos oros (1993 y 1995) y una plata (1997).
Eso, esgrime, “le toca recordarlo a la prensa”. El desamparo, sin embargo, es palpable, y la vejez en esas condiciones lo ha llevado por caminos inesperados. “Soy custodio en una mipyme. Antes trabajé en la Finca Holbein Quesada (centro de entrenamiento para atletas olímpicos) y después aquí en La Lisa”, resume sin quedar satisfecho.
“Estoy disgustado con el Inder [Instituto Nacional de Deportes Educación Física y Recreación]. Llevo años tratando de que me cambien de apartamento. Vienen y toman nota, pero sigo en lo más alto del edificio”, explica, en alusión a los problemas físicos que le hacen difícil subir con frecuencia la escalera. “Le dan casas a gente con menos resultados”, añade, mientras alega que la situación le causa “mucha roña [rabia]”.
“Tenemos que hacer más por el deporte. Algo pasa. Se van los atletas y el por qué no lo sé”
“Soy el mejor 75 kilogramos que ha pasado por el boxeo cubano. Lo dicen los resultados”, explica, mientras el periodista atribuye el arranque de orgullo a la insatisfacción de Hernández con su carrera. “Pude ser tricampeón olímpico como [Teófilo] Stevenson”, otro boxeador cubano quien fue el segundo atleta a nivel mundial en ostentar ese título. Hernández no se rinde y lanza otro ataque: “Hasta él lo creía. Incluso en los 81 kilogramos, ¡hubiera triunfado como profesional! Es una lástima que no me tocara ese tiempo”.
Lo que el Estado le debe por sus años en el cuadrilátero –donde se vive con “tensión y peligro”– no se limita a sus adiciones al medallero de la Isla. Todos los años que dedicó al deporte y las secuelas que el boxeo dejó en su vida también deberían serle retribuidos, opina el ex atleta. “El boxeo me quitó la juventud. Pasé de niño a viejo”, explica. “Cuando eres niño lo tomas como un juego, pero si te metes de lleno sabes lo que cuesta. Hay que dejar familia, diversión, mujeres, todo”.
La presión del deporte, recuerda, también le trajo malos ratos. “Recortarse tanto en la juventud lleva a que muchos se tiren a la bebida. Al retirarse se sienten indefensos. Es duro”, asevera, basándose en su propia experiencia. “Caí en el mundo de la bebida. Lo reconozco. Entré en un círculo de fiestas y música. No fui tan lejos porque recapacité”, añade, aunque admite que no todos pueden recuperarse.
“Te metes en ese mundo. Te encierras en tu casa, en tu mente, estás solo (…). Además, si no te dan lo que mereces es peor aún. Nadie viene a ti. Ni siquiera los que pensabas que lo harían. Es como si te utilizaran”, agrega. Cuando llega la vejez, lamenta, la situación no mejora. “El pasado no importa. No se nos recuerda”, dice Hernández.
El ex boxeador no solo habla del desencanto de sus contemporáneos. La situación con los jóvenes atletas, marcada por las fugas y el descontento generalizado, también ha llegado a sus oídos. “Tenemos que hacer más por el deporte. Algo pasa. Se van los atletas y el por qué no lo sé”, subraya.
Él mismo, asegura, tuvo la oportunidad de irse y buscar fortuna en otra parte. “Incluso cheques me ofrecieron, pero no podía fallarle a ese”, dice, haciendo referencia a Julio Mena, su “entrenador, padre, amigo y hermano”. La Revolución, sin embargo, no le agradeció el sacrificio de la misma forma. A veces, reflexiona, “los golpes de la vida duelen más que los del ring”.
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