LAS TUNAS, Cuba. — La muerte de una maestra a manos de una alumna mientras actuaba para poner fin a una reyerta entre condiscípulas, el asesinato a machetazos (desmembrando, más allá del animus necandi, de forma inhumana, sádica) de un trabajador que impedía el robo en una pequeña agroindustria situada en una apartada zona rural, y, más reciente, según ha venido reportando este sitio, el asesinato no menos atroz de un anciano, cometido por dos individuos jóvenes, uno de ellos vecino del occiso que la víspera del crimen había hablado vía telefónica y amigablemente con la hija de la víctima, son sólo tres ejemplos recientes de crímenes que nos hacen preguntar: ¿En los delitos producidos en Cuba y en la persona proclive o delincuente, está aumentando la intención de matar en la misma medida que aumenta la criminalidad? O es que ¿Es la intención de matar la que ha crecido, produciendo más delitos contra la vida como resultado de la perpetración de otros delitos?
El concepto de criminalidad no es meramente matemático, referido a las cifras de delitos ocurridos en una región del mundo, en determinado país, en una provincia, en un municipio, o en determinado barrio de una ciudad, en un periodo que puede ser diario, semanal, mensual o anual, sino que también, y de importantísima forma, resulta para la sanidad cívica, jurídica, económica, social, de las familias, las empresas y las autoridades de cualquiera de esos conglomerados sociales, resulta las circunstancias que hacen de una acción u omisión un delito, y, de una persona, un ser propenso a cometer delitos, entiéndase, un delincuente.
Y por la voz latina animus necandi, llegada hasta nuestros días por la eficacia del derecho romano, se traduce como el dolo de matar, esto es, la intención de matar, que guarda una estrecha relación con los elementos de conocimiento y voluntad en la acción delictiva, entiéndase, el conocimiento aplicado para producir la muerte, como el arma empleada, su empleo, la zona del cuerpo hacia donde se dirige la agresión, la cantidad de lesiones producidas, su gravedad mortal, el espacio, el tiempo, e incluso las manifestaciones del autor antes y después del delito.
A diferencia del animus necandi, otra voz latina, el animus laedendi, es empleada en jurisprudencia para conceptuar la intención de lesionar, sin llegar a la muerte, pues, el autor del delito de lesiones, busca, o provoca, conexo con otro delito, un daño, una lesión, no la muerte de la persona con la que contiende, que es donde se establece la diferencia entre el homicidio y el asesinato; el homicida mata como una consecuencia de sus actos irreflexivos, mientras el asesino quiere matar, o prevé que puede que tenga que matar, como sucede con los delitos de robo con fuerza o robo con fuerza e intimidación en las personas de los que resulta asesinato, asumiendo esas consecuencias, las de privar de la vida a otro.
Entre el animus necandi y el animus laedendi se establece la diferencia entre la intención de matar y la de lesionar que, en el segundo caso, ni la dirección de la acción agresora, ni la parte del cuerpo lesionada, ni el número ni la gravedad de las lesiones están dirigidas a la eliminación física, como no lo está el arma empleada o su uso (pues no tiene el mismo resultado emplear un machete para dar un golpe de plano que con el filo), así como el tiempo, el lugar, ni las manifestaciones, o la ausencia de ella, o las dichas para enmascarar una acción destinada a provocar la muerte.
Publicado en este sitio el pasado 17 de febrero, en el artículo Apuntes sobre la criminalidad en Cuba (II), expresamos: “la violencia, y no sólo física, sino también verbal, forma parte de la cotidianidad en Cuba, produciéndose confrontaciones violentas dentro de las mismas familias, o entre familias, entre personas en la vía pública, y en el ámbito laboral y estudiantil,” y dando veracidad a esta afirmación dicha a inicios de año, desafortunadamente, ya finalizando 2023, vemos que así murió una maestra a manos de su alumna, el custodio de una fábrica de raspaduras, y el anciano asesinado por un vecino, según reseñamos al inicio, cuando preguntamos: ¿Es la intención de matar la que ha crecido, produciendo más delitos contra la vida como resultado de la perpetración de otros delitos?
Responder esa interrogante de forma precisa, profesional, conlleva un estudio de situación operativa con apreciaciones de investigación criminal, jurídicas, con la participación de jueces y fiscales; conllevaría evaluaciones de la sociedad cubana desde el punto de vista criminológico, sociológico, económico, geográfico, y, sobre todo, de políticas públicas del Estado, para esclarecer qué no funciona, qué falla en la sociedad al punto de hacer del cubano y desde hace unos cuantos años un sujeto proclive al delito, aun viviendo fuera de Cuba. Tal estudio debería ser, es necesario que sea por el bien de la nación, imprescindiblemente honesto. Pero bien sabemos que la falta de honestidad, es una de las tantas taras que en Cuba inclinan la balanza de la justicia no a favor de la persona sino del Estado. Y ya por ahí, en la injusticia, tiene origen la criminalidad en Cuba y el nacimiento de la intención de matar en el cubano. Lástima.
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