LA HABANA, Cuba.- La capital cubana, antes de 1959, contaba con un eficiente servicio de ómnibus urbanos que cubría las necesidades de transportación de la población.
Las principales compañías eran la Cooperativa de Ómnibus Aliados (COA) y los Autobuses Modernos. Entre ambas tenían unos 2.800 vehículos para una ciudad de 1,1 millones de habitantes.
La mayor, la COA, tenía guaguas automáticas hechas por la General Motors, que eran muy cómodas y apropiadas para nuestro clima. Venían con algún uso, pero estuvieron en servicio por cerca de 30 años, pues se compraban las piezas de repuesto para ellas.
Aquellas guaguas de la COA estaban pintadas de amarillo con franjas verdes arriba y abajo. Los grandes números en la parte frontal posibilitaban identificarlas desde lejos.
Existían desde la ruta 1 a la 32 en la capital, la 33 que iba a Güines, la 34 Habana-Oriente, la 35 servicio regular Habana-Artemisa-Pinar del Río, y la 44 hasta el poblado Aguacate. Estaban también la 50, 57, 58, la 76 de Santiago de las Vegas —que pasaba frente al Hospital Psiquiátrico de Mazorra, por lo que popularmente la llamaban “la guagua de los locos”— y la ruta 79.
Había una línea sin número, su banderola alta tenía solamente una estrella, símbolo por el cual la identificaban los usuarios, la Habana-Guanabo, que luego de ser intervenida por el Estado, mantuvo las guaguas General Motors funcionando hasta principios de la década de 1970.
Se decía que el administrador era un excelente mecánico, y que, de solo escuchar el sonido del motor, sabía cuál era su desperfecto, y así arreglaba él mismo los ómnibus rotos.
Otra ruta excelente era la 4, con su amplio paradero en Mantilla, y talleres de reparación propios. Encima de estos había viviendas para alquilar. Poseía 60 carros bien conservados. Brindaba salidas a 1 minuto en horario pico, y durante la confronta de 12:00 a 4:30 am, cada 30 minutos.
Hoy, lo que fue el paradero de Mantilla, bastante destartalado, se usa como base para ómnibus escolares.
La frecuencia mayor de cualquier ruta era entre los cinco o seis minutos. Caso excepcional era la 79. Según quejas de los vecinos de Miramar a la revista Bohemia en la década de 1950, pasaba cada 15 minutos. Hoy, su equivalente, la 179, está a más de una hora y media.
La otra empresa, Autobuses Modernos, con menos líneas y medios más modestos, contaba con un parque de ómnibus mecánicos ingleses Leyland algo antiguos, ensamblados con viejos equipos de la Segunda Guerra Mundial y una carrocería de guagua.
La población llamaba a aquellas guaguas “las enfermeras”, por estar pintadas de blanco con una franja azul.
Las guaguas Leyland, que llegaron a Cuba en 1952, duraron menos tiempo en su explotación. Pero ya se había comprado un lote mucho más moderno en los últimos tiempos del gobierno de Batista que llegaron a Cuba en 1959 y se mantuvieron durante algunos años, y luego desaparecieron, principalmente por negligencias.
Las personas, sobre todo las más jóvenes, que deseen tener idea de cómo era el transporte público en La Habana antes de la Revolución, pueden acudir a Internet, donde encontrarán fotos, comerciales, etc., que les permitirán apreciar cómo circulaban los ómnibus casi uno detrás de otro por las calles y avenidas de la capital.
En una película de los años 50, protagonizada por los humoristas Aníbal de Mar y Leopoldo Fernández, en las escenas dentro de una guagua, se puede apreciar cómo eran estas en su interior.
El trato al público de los empleados era correcto y educado. Los choferes y conductores (cobradores) vestían de uniforme color gris y gorra de plato. La amabilidad se reflejaba en frases como “las damas primero”, “pasito adelante, varón”, “despacio, sin apuro”, u otras parecidas. Eran impensables las vulgaridades que se escuchan hoy como “monta que te quedas”, “camina, mi socio”, “avanzando hacia atrás” y otras peores.
El precio del pasaje era ocho centavos en la COA, y derecho transferencia de dos centavos más. Autobuses Modernos cobraba 10 centavos. Ambas empresas entregaban un pequeño comprobante de pago. El conductor marcaba en un reloj contador cada cobro y avisaba al chofer con un pequeño timbre, que tenía un cordón cercano al techo, para que cerrara las puertas y arrancara el ómnibus sin peligro para los viajeros.
Los nuevos paraderos hoy, llamados terminales, aglutinan a varias líneas de ómnibus. Los P, con 16 líneas y carros dobles, denominados acordeones, debido al fuelle intermedio que poseen y las sencillas, con el eufemístico nombre de alimentador, con una gran cantidad de rutas, poseen nada más que dos o tres carros, de los cuales trabaja uno solo la mayoría de las veces.
Según informaciones oficiales, del parque total que había hasta hace unos años, que era de 700 ómnibus, quedan unos 300. Los 400 restantes están rotos o desactivados por falta de piezas. De los carros que trabajan, muchas veces la mitad no puede brindar servicio por no tener combustible.
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