AREQUIPA, Perú – En Cuba, las películas u obras cinematográficas pueden ser vetadas por una amplia variedad de razones, incluyendo el tema que tratan, las posturas políticas de su director, el momento de su estreno, o incluso las enemistades del autor con los comisarios políticos del arte revolucionario.
La censura se ha naturalizado como un mecanismo totalitario, similar al de la antigua Unión Soviética, y se ha convertido en una parte inseparable de la política cultural del país desde 1959.
Los comisarios culturales se han esforzado por evitar que se cuente un país que no se ajuste al imaginario oficial, y cuando los realizadores traspasan los límites permitidos, son condenados al ostracismo y sus producciones son vetadas.
Muy célebre es el caso PM, primer hito de la censura revolucionaria. Sus realizadores solo querían mostrar cubanos en el barrio de Casablanca bebiendo y bailando en la noche, pero los comisarios preferían presentar un pueblo uniformado y comprometido. Esa imagen festiva, según ellos, desvirtuaba a la nueva Cuba.
El documental, de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, sin proponérselo provocó un terremoto que sacudió al mundo cultural caribeño. Aquel inocente video originó una serie de reuniones, presididas por Fidel Castro, para determinar cuáles serían las directrices de la nueva política artística. El resultado pasó a la historia con el nombre de “Palabras a los intelectuales”, un discurso que oficializaba la prohibición de toda obra artística que se apartara de la “norma revolucionaria”.
En los años 80 el escenario siguió más o menos igual. A inicios de esta década sobresalió el documental Conducta impropia, de Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros, que contaba la discriminación hacia personas con sexualidades e identidades disidentes en Cuba. Dicho material fue prohibido en la Isla.
Aún más absurdo fue el caso de Alicia en el pueblo de Maravillas (1991), de Daniel Díaz Torres. Si bien el guion fue aprobado, se dio luz verde al proyecto y lo promocionaron durante dos años, su estreno coincidió con el colapso de la URSS; por ende, se determinó que no era el mejor momento para que el público viera el filme. Su ambigüedad política y polisemia podían ser usadas por los contrarrevolucionarios, justificó el cabecilla de la censura, Alfredo Guevara.
Otros realizadores fueron engavetados porque emigraron. Melodrama, la última película de Rolando Díaz con el ICAIC, no tuvo el estreno pronosticado porque su director decidió irse a España. Era la Cuba de los años 90, cuando emigrar era peor visto que hoy.
La censura: tan rampante como el primer día
A la altura del siglo XXI, marcar como “prohibida” una película o material audiovisual lo hará más deseable. Los cortos de Nicanor, la serie Crematorio o las películas de Carlos Lechuga han circulado en la Isla en memorias flash o discos duros. En el nuevo siglo, gracias a la tecnología y las vías alternativas para consumir los productos, el ICAIC ha perdido su omnipotencia.
Una de las últimas producciones de Lechuga, Vicenta B, fue vetada por el régimen en el Festival de Cine de La Habana realizado en 2022, finalmente tuvo su estreno en la embajada noruega de la capital cubana en noviembre del pasado año.
La película fue proyectada el espacio Cine bajo las Estrellas de esa sede diplomática con excelente acogida de público, según se pudo ver en las fotos difundidas por la embajada en sus redes. Lechuga, desde España, había anunciado la proyección y se había encargado de recalcar que el estreno no sería en los cines cubanos.
También de manera muy reciente, en febrero de 2023, el cineasta cubano Luis Alejandro Yero hizo el estreno mundial de su primer largometraje, Llamadas desde Moscú, en el Festival de Cine de Berlín.
La obra formó parte de la selección de películas del IV Festival de Cine INSTAR, organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt.
Sin embargo, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana decidió censurarlo.
Fernando Rojas, exviceministro de Cultura de la Isla, se refirió al filme como un “ataque a la Revolución”. “Yo no ruego: hago con muchos otros una vida cultural que no es segunda de nadie, en plena libertad y contra la colonización. Yero mismo se responde. ¿O de verdad (…) creen que se pondrá en las pantallas del Festival un ataque a la Revolución?”, escribió en redes sociales.
La obra del joven cubano, graduado de Periodismo por la Universidad de La Habana, trata sobre el drama de los migrantes cubanos que viajan a Rusia con la esperanza de cruzar el continente y solicitar asilo en Europa, pero su condición irregular como extranjeros primero, y la invasión de Ucrania después, los dejó varados en un lugar doblemente hostil para ellos.
La lista de la censura castrista ha engrosado con las décadas, y en ella han destacado cineastas como Alán González, Alejandro Alonso, Armando Capó, Arturo Infante, Carlos Quintela, Daniela Muñoz Barroso, Eduardo del Llano, Enrique Álvarez, Rosa María Rodríguez, Fernando Fraguela, Ian Padrón, Carla Valdés, Jorge Molina, José Luis Aparicio, Heidi Hassan, Juan Carlos Cremata, Juan Pin Vilar, Ricardo Figueredo, Pavel Giroud, Yimit Ramírez, entre otros.
En ese sentido se han prohibido en la Isla decenas de cintas como Santa y Andrés (2016), Utopía (2004), De buzos, leones y tanqueros (2005), Fuera de liga (2008), Sueños al pairo (2020), Memorias del desarrollo (2011), Corazón azul (2022), Despertar (2012), La singular historia de Juan sin nada (2016), El caso Padilla (2022), Quiero hacer una película (2020), Si me comprendieras (1998), Actrices, actores, exilio (2007), DeMoler (2004), El tren de la línea norte (2014), y más.