PUERTO PADRE, Cuba.- La muerte de Fidel Castro, ocurrida el 25 de noviembre de 2016, marcó, ya hace ocho años, el inicio del lento final del régimen al que indistintamente llamamos castrismo o castrocomunismo.
Muchos pensaron dentro y fuera de Cuba que el fin del líder significaba el término de la dictadura. Pero no ha sido así. Y es útil preguntar: ¿Por qué la muerte de un líder narcisista como Fidel Castro no conllevó el derrumbe de la autocracia, como suele ocurrir en regímenes dictatoriales de derecha…?
Seamos francos. Gústenos o no, hasta el día de su descomposición, como todo ente humano que nace, se desarrolla, declina y muere, suelen ser las personas con vocación totalitaria y sin importar lo epicúreo de sus gustos ni su paganismo, de una resistencia estoica plena, a prueba de las más duras adversidades, y así consiguen la disciplina, el respeto, la idolatría o el miedo de sus seguidores y de sus adversarios, sin importar la muerte de seres humanos, amigos o enemigos. Este ha sido el caso de los hermanos Fidel y Raúl Castro, dictadores de Cuba, jurídicamente y técnicamente hablando, desde el 30 de junio de 1960.
Compréndase lo que digo desde el punto de vista histórico. Desde el 26 de julio de 1953, cuando fue derrotado en el asalto al Cuartel Moncada, tras una cadena de reveses, Fidel Castro no consiguió una victoria ni política, ni militar ni jurídica –salvo ser amnistiado–, hasta el 17 de enero de 1957, en La Plata, Sierra Maestra, luego de durísimo tiroteo para vencer la valiente defensa de los soldados que, aislados, defendían ese cuartel serrano.
Fidel Castro había abordado el yate Granma el 24 de noviembre de 1956, en Tuxpan, México, para partir en la primera hora del día 25. Pese a ser diezmada la expedición al desembarcar, llegaría a Cuba y transitaría por un proceso que lo llevaría a La Habana dos años después, haciendo y rompiendo pactos, hasta meter todos los poderes del Estado y los derechos de la nación cubana en su clámide de guerrillero emboscado, oculto, en lo más intrincado de la montaña, donde firmó en 1957, y luego deshizo, el llamado “Manifiesto al Pueblo de Cuba”.
Dije que jurídicamente la dictadura castrista tiene su punto de partida el 30 de junio de 1960 y no el 1ro de enero de 1959, porque en esta última fecha, la revolución, que no la hizo solo el castrismo sino la mayoría del pueblo de Cuba, pobres y ricos, venció a una dictadura, lo que hace a la insurrección una resistencia lícita.
Ilícito, ilegal, fraudulento, fue firmar y afirmar que 18 meses después de la victoria, el Gobierno provisional convocaría a elecciones generales, lo que debió ocurrir el 30 de junio de 1960, cumplida la provisionalidad. Pero esas son elecciones que los cubanos todavía estamos esperando, incluso, los que nacimos el mismo día que el barquichuelo Granma cargó su alijo de armas y rebeldes, cuando todavía sin llegar Fidel Castro a Cuba ya había cubanos luchando y muriendo por la libertad de su patria.
Sí. El castrocomunismo que comenzó a morir cuando expiró Fidel Castro, recién hizo ya ocho años, terminará por desaparecer con la muerte de Raúl Castro, defunción que, biológicamente, ya está por producirse más temprano que tarde. Pero eso no quiere decir que la desaparición del castrismo signifique el fin del totalitarismo en Cuba. Un Estado totalitario se mantiene gracias a soldados, policías, fiscales, jueces, cárceles y carceleros, comisarios políticos, propagandistas, escribanos y, sobre todo, una población hambreada, menesterosa, chivata, y, particularmente, amaestrada desde la más tierna infancia en el “arte” de aplaudir lo que no sienten.
Y todos ellos, jóvenes y viejos, por obra y gracias de un carácter menos humano y más ovejuno, servil, prosiguen siendo “revolucionarios cubanos” aunque se hayan ido a vivir a Estados Unidos.
Esa, la arquitectura de la sumisión, y no la de los grupos de plantas eléctricas que hoy, destartaladas, no producen luz por sobreexplotación y falta de reparaciones; esa es la verdadera “revolución energética” de Fidel Castro: apagarse él y dejar encendida la dictadura totalitaria.