Saturday, September 21, 2024
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Carlos Emilio Rodríguez: “Industriales y Metros no tenían rivalidad sino hermandad”

LA HABANA, Cuba.- A Carlos Emilio Rodríguez (Centro Habana, 1967) le hicieron un montón de porquerías en la pelota nacional. No era un zurdo de la talla de Changa Mederos, Pablo Miguel Abreu, Omar Ajete, Tati Valdés o Faustino Corrales, pero era un buen lanzador que mereció más oportunidades de las que se le dieron. Lo maltrataron como a tantísimos otros y se fue del país, como otros tantos.

No hace falta una bola de cristal para saber que ahora reside en Estados Unidos, y que en algún momento tuvo que lidiar a sable y pólvora para superar la pena de haber sido ninguneado en la pelota que se tragó su juventud. ‘Carlitín’, como le dicen sus amigos, es un hombre que siempre debió emigrar temprano.

Total, acá no había futuro para él. Cuando no lució bien se agarraron del pretexto de que había estado mal (cosa aceptable), pero cuando brilló argumentaron que no lo requerían (what the fuck?). Estaba condenado sabrá Dios por qué razón, y quienes decidían convinieron en cerrarle puertas y ventanas. Incluso las hendijas.

Con Metropolitanos, la reliquia escarlata, hizo una linda historia saliendo del bullpen, pero los mandamases nunca le permitieron ir más alto. Así y todo insistió (a pesar de una lesión persistente, él insistió), hasta que un día el tanque de la perseverancia se le quedó sin combustible.

Fue entonces que tiró el ancla en Nicaragua, donde jugó por espacio de siete temporadas. Después ofició de entrenador, y la misma función ejerció en El Salvador y Norteamérica, donde actualmente es guardia de seguridad en una escuela secundaria.

En las fotos se ve que ha engordado bastante. Tiene 56 abriles y su voz deja entrever la nostalgia y el dolor por el pasado, aunque luego se hincha de ilusiones cuando habla del hijo que ha seguido sus pasos y apunta a los montículos del mejor béisbol del mundo. Orgulloso, Carlos Emilio lucha por abrirle los caminos que él no pudo desandar.

Carlos Emilio con su hijo. (Foto: Cortesía)

—Tus estadísticas en Series Nacionales no fueron buenas, pero hay quienes sostienen que tenías talento para dejar mejores números…

—Definitivamente sé que mi calidad daba para eso. No me queda la menor duda. Pero en parte por mi propio desconocimiento y en parte también por el desconocimiento de los entrenadores, apareció una lesión que jodió todo. Ahora bien, yo no culpo a los entrenadores porque en ese entonces si buscabas información del profesionalismo terminabas siendo mal visto. Pero a mí me mataron el brazo… y el estímulo.

Te lo resumo. Yo debuté en Series Nacionales acabado de salir de los juveniles. Antes de ese juego estaba muy nervioso y recuerdo que René Arocha me dijo ‘tranquilo, que no tienes nada que perder y mucho que ganar’. Fue contra un Cienfuegos que tenía a figuras como Antonio Muñoz y Sixto Hernández: les tiré siete innings y gané 10×0. Creo que fue mi mejor trabajo como abridor en el béisbol cubano. Sin embargo, luego de esa actuación en lugar de apoyarme, lo que hicieron fue destruirme.

Unos días más me pusieron a abrir contra Vegueros y solo me dejaron lanzarles a cinco bateadores a pesar de que uno solo, Fernando Hernández, me había hecho un buen contacto. Increíble, eso no existe en el béisbol moderno. Lo que estaban buscando era una justificación para no ponerme a pitchear más. Fíjate que después de eso no volví a trabajar hasta la segunda vuelta, de relevo contra la Isla. Había estado cerca de un mes sin hacer bullpen ni tirar en una práctica y obviamente no tuve control. Al final, en ese campeonato lancé nueve entradas, y siete de ellas fueron en el debut contra Cienfuegos. Así que saca la cuenta si no me mataron.

—Y después… ¿qué pasó después de eso?

—Al siguiente año me dejaron fuera de Metropolitanos porque querían llevar al sobrino de una amistad. Es verdad que no estuve bien en la preselección porque andaba haciendo cosas que no tenía que hacer, pero me podía haber puesto en forma y lanzar ese año en la Serie Nacional.

Entonces me mandaron a la academia de la capital, y al poco tiempo Waldo Velo se me acercó en el Latinoamericano para decirme ‘a partir de la semana que viene vas a entrenar con los Industriales’. Fui para la academia, lo planteé, y Agustín Alonso me contestó que no, que yo era reserva de Metros y no de Industriales. El asunto es que él quería tener un pitcher de calidad que le trabajara todos los miércoles al equipo de la Espa, de donde lo habían botado. Tenía esa bronca personal con esa gente, y al final a mí se me jodió el brazo en la academia.

Por suerte, un amigo me llevó a Ciego de Ávila, donde había un hombre que le había curado el brazo a Germán Mesa y José Modesto Darcourt, y ese hombre me lo recuperó a medias. Había perdido velocidad, pero no tanta, y así pude volver a la Serie en el año 90. Por desgracia, el manager de Metros era el propio Agustín Alonso, y como yo le caía mal (no sé si por racismo o por alguna otra razón) durante dos temporadas me empleó como le dio la gana. De manera que no vine a disfrutar mi desempeño hasta que llegó Eugenio Wilson a la dirección del equipo.

—Ahí llegó tu momento de oro con el récord de salvados…

—Cuba, el JAS, pero no me seleccionaron para la Super Selectiva. Eso me desestimuló cantidad. No estuve bien en el siguiente campeonato, pero la ayuda de muchos compañeros de equipo me recuperó mentalmente, trabajé fuerte el físico y el resultado fue que rompí el récord de juegos salvados con los Metropolitanos. Fueron 13. Imagínate, cuando terminó el año los Metros habían ganado 29 juegos y yo había tenido que ver en 16 de esas victorias.  Era increíble, porque nosotros siempre estábamos atrás en la pizarra y en los pocos juegos que pudimos estar delante, los salvé.

Esa vez sí que no pudieron dejarme fuera de la Selectiva, y allí terminé entre los mejores promedios de efectividad y me incluyeron en el Todos Estrellas como relevista. ¿Y quién te dice que todo ese grupo del All Star hizo preselección nacional y el único que se quedó fuera fui yo? Me acuerdo que el ya fallecido periodista Sigfredo Barros le preguntó a Miguel Valdés qué tenía que hacer un relevista para ser llamado al Cuba, y Valdés le dijo que podían excluirme porque los lanzadores del Cuba no necesitaban relevo. Esa fue su justificación.

Es más: hicieron Cuba B y Cuba C y no me llevaron a ninguno. Ángel Leocadio Díaz me sugirió que pidiera explicaciones y fui donde estaba el comisionado Domingo Zabala y se lo pregunté. Me dijo que habían sido injustos conmigo, pero tenían que balancear los equipos a los diferentes lugares a los que iban. Habló de un cuarto equipo que iba a no sé dónde y dijo que yo sería su pitcher estelar. Pero al final no hubo tal viaje. Todo el mundo sabe que en Cuba la meta de todo pelotero que no quería irse del país era hacer equipo Cuba, yo me vi a las puertas ese año y al final no me tomaron en cuenta.

—¿Cómo se vivía en Metros la rivalidad con Industriales?

—La gente habla de rivalidad entre Metros e Industriales y nunca la hubo. Éramos compañeros de equipo y hasta entrenábamos juntos en la preselección. Simplemente, cuando jugábamos en contra hacíamos lo que sabíamos hacer. Amigos fuera del terreno, pero enemigos en él. La confianza que teníamos entre nosotros hacía que se dieran aquellos espectáculos tan grandes. Nosotros conocíamos las debilidades de los peloteros de Industriales, y ellos las nuestras. Todo el mundo se conocía y al final de los juegos a veces salíamos juntos a tomar o a lo que fuera. Te repito que no hubo rivalidad, sino hermandad.

Por ponerte un ejemplo, una vez Agustín Alonso, que quería eliminarme del roster, me trajo de relevo con las bases llenas en un choque cerrado con Germán Mesa al bate. Él le bateaba muy bien a los zurdos, pero era mi amigo y se dio cuenta de lo que estaba pasando. Yo empecé a lanzarle para afuera y me metí abajo en el conteo, y entonces Germán me caminó palante y me desafió a que le tirara strike. Ahí me encabroné y le tiré tres strikes seguidos por el medio y se ponchó. Entonces él se quitó el casco en el home, miró para el dugout y saludó a Agustín, que se quedó riéndose. Al final del partido, Germán me dijo ‘este te puso contra mí para que te bateara y tener justificación para bajarte a la reserva’. Era así, muchas veces los jugadores de Industriales y Metros nos protegíamos mutuamente.

Carlos Emilio, en la esquina inferior derecha, con Metropolitanos. (Foto: Cortesía)

—Cuando los Metros fueron eliminados de las Series Nacionales, hubo mucha gente a favor y mucha gente en contra. ¿Crees que era correcto que la capital tuviera dos equipos?

—Creo que sí. Si tú repasas las estadísticas de ese tiempo, Industriales normalmente nos ganaba las subseries pero no nos barría, algo muy distinto a lo que sucedía entre Vegueros y Forestales y Henequeneros y Citricultores, donde el primer equipo de la provincia le pasaba por encima al otro. Había muchos primeros equipos provinciales que tenían menos calidad que el de nosotros. Y si echabas un vistazo a los censos de población, la cantidad de habitantes de la capital también ameritaba que esta tuviera dos equipos.

—Hazme un Todos Estrellas de Metropolitanos.

—Me va costar mucho trabajo porque se me mezclan la gente de los años que jugué con los que estuvieron antes, y muchos de ellos pasaron posteriormente a Industriales. Como receptores estarían Ernudis Poulot e Iván Correa, en primera Antonio Scull, en segunda Rey Vicente Anglada y Enrique Díaz, en tercera Rolando Verde y en el shortstop, Rodolfo Puente. En los jardines pondría a Reynaldo Linares, Eulogio Osorio, Jorge Milián y Yasser Gómez. Pitcher derecho, René Arocha; pitcher zurdo, José Modesto Darcourt; y relevista, Ramón Villabrille.

—¿Te fuiste de la pelota con la frustración de no haberte hecho de un nombre con los Industriales?

—Hubo un año en que nos cambiaron para Industriales a cinco jugadores; la idea es que yo iba a ser el cerrador de los azules. Pero cuando el manager Pedro Medina entregó el roster hubo entrenadores de otras provincias que protestaron, alegando que no se podían pasar los peloteros porque la idea era que los Metros fueran un equipo independiente. Así que el cambio se echó atrás. Te confieso que me hubiera gustado jugar ese año con Industriales pues mi meta era romper mi propio récord de salvados: tenía en mi mente que si salvé 13 con los Metros, con Industriales serían más. Además, habría sido a las órdenes de Medina, uno de los mejores managers que pasó por la pelota cubana. Pero te digo, no me siento frustrado por no haber estado en Industriales. Haber sido de los Metros me llena de orgullo.

—En tu tiempo, ¿eran normales los vínculos entre apostadores y jugadores? ¿Hasta qué punto pesaban esos factores externos en el desempeño de los peloteros?

—A los peloteros no les afectaba mucho eso. Los apostadores eran fanáticos que se acercaban a uno, le hacían comentarios como ‘oye, estás ganando por tres carreras, esto y lo otro’, pero eso a nosotros (o al menos en mi caso) nunca nos interesó. No era algo de lo que habláramos entre los peloteros. Yo conocía a muchos apostadores que eran amigos del barrio y los veía en las gradas de la Serie Provincial, pero eso era su dinero y su problema. Mi trabajo era pitchear y hacer buenos números para ir a la Nacional. Si había peloteros que apostaban nadie se enteró, porque eso era privado. Pero si los hubo fue por la necesidad, por la falta de recursos. Te pongo un caso que explica eso. Yo vi a Jorge Salfrán comer arroz y frijoles solos, guardar el pedazo de carne de la comida, llevarlo a su casa y desmenuzarlo para que toda su familia comiera.

Lo que sí me sucedió a mí fue que había gente que ganó una apuesta gracias a mi rendimiento en un encuentro y me decían que pasara por su trabajo para regalarme un litro de leche o de yogurt, o un pedazo de carne. Pero nunca me dijeron ‘oye, tienes que venderte y te doy tanto dinero’. Si tú quieres regalarme algo porque tienes la posibilidad, bienvenido sea. Pero yo ganaba porque tenía que ganar por el equipo, no me importaba si 1×0 o 10×2.

—Tras marcharte de Cuba jugaste en la liga nicaragüense…

—Sí, yo salí de Cuba con un contrato en Nicaragua y al final opté por no regresar. Y te digo, la federación cubana presionó bastante para que yo no pudiera seguir jugando allá, y hasta se tomó la represalia de denegarme el permiso de entrada en el país a raíz de la muerte de mi padre. ¿Sabes por qué se trató de que yo no pudiera seguir jugando allá? Para esconder el nivel de vida que yo estaba llevando en aquel país con relación a lo que tenía en Cuba.

—Compárame aquella pelota con la que jugaste en Cuba.

—Lógicamente la pelota cubana era mucho más competitiva, pero en Nicaragua había un sentido superior del espectáculo. En Cuba el show se arma cuando llegan los playoff, pero allá cada juego era a estadio lleno con chincheros, congas, trompetas y fuegos artificiales. Y sobre las condiciones de vida, en Nicaragua yo ganaba buen dinero y mi familia no tenía necesidades. Le daba el dinero a la madre de mis hijos y ella compraba la comida, los muebles y lo demás. No era vida de millonario, pero era un nivel de vida muchísimo mejor que el que había tenido en Cuba. Disfrutaba más jugar en Nicaragua aunque la calidad fuera más baja.

A la derecha, Carlos Emilio, en el béisbol de Nicaragua. (Foto: Cortesía)

—Muchos expertos hablan maravillas de tu hijo Carlos. ¿Hasta dónde crees que puede llegar el muchacho?

—Tuve la bendición de que mi hijo esté haciendo una carrera muy buena, hasta el punto de que ha sido pitcher del año en las Ligas Menores de los Cerveceros de Milwaukee. Dios me hizo el entrenador que soy y eso me ha ayudado con mi hijo. Desde chiquito vi la soltura que tenía en el brazo, y si le costó trabajo jugar en muchos equipos en Miami fue por las piñas de los papás, pero eso aquí es normal. Al final los niños con calidad salen adelante. El cambio que emplea hoy en día se lo enseñó mi amigo Orlando ‘El Duque’ Hernández, y actualmente tira seis pitcheos y todos en strike, sin miedo a utilizarlos. Y sus perspectivas inmediatas apuntan, obviamente, a llegar a Grandes Ligas. Sueña con estar en el equipo grande y luego pelear por el Novato del Año.

—¿Extrañas a Cuba?

—La extraño pero es una cosa superada. Mi familia está aquí, los seres que más quiero viven conmigo. Creo que eso me afectó durante un tiempo en Nicaragua, pero ya no. Cuando conoces de Dios aprendes una cosa, y es algo que tenemos que aprender los cubanos que estamos aquí: no se puede vivir en el pasado porque el pasado ya no tiene solución, no lo vas a cambiar, y no se puede vivir en el futuro porque es incierto. Lo único que tienes en tus manos y puedes controlar es el presente. Yo no quiero ir allá a restregarle dinero en la cara de nadie, ni que me vean y digan ‘wao, qué bien está Carlitín’ y rentar un carro y salir para Varadero. Yo extraño a Cuba, sí, un montón, porque es mi tierra, pero ahora mismo no tengo intenciones de volver.

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