LA HABANA, Cuba. – Se le ve delgado y un poco desconcentrado, pero mantiene esa amabilidad y coherencia que lo caracteriza. Habla despacio, confiado. No parece un hombre culpable, ni siquiera parece uno que espera juicio aunque así sea. Nueve meses entre Villa Marista y el Combinado del Este, bajo un supuesto cargo de “otros delitos contra la seguridad del Estado”, no fueron suficientes para resquebrajar la salud y la claridad de Alejandro Garlobo Aleaga.
“La gente dice que yo soy opositor, pero yo prefiero decir activista”, cuenta el joven de 35 años desde su casa en Quivicán, provincia Artemisa.
El 1 de marzo de 2023, Garlobo fue citado por la Seguridad del Estado. Al día siguiente fue detenido. Luego de 40 días en Villa Marista ―la tristemente célebre institución donde la policía política realiza todo tipo de prácticas violatorias de derechos humanos― fue trasladado al Combinado del Este, donde estuvo recluido, en espera de juicio, hasta el pasado 25 de noviembre.
La Seguridad del Estado lo acusa de haber incendiado cañaverales en su pueblo, de sacar carteles e, incluso, de haber querido incendiar la Terminal de Ómnibus de Quivicán. Le pueden condenar de cuatro a ocho años. Pero ninguna de estas acusaciones tiene fundamento, más allá de la molestia que ha podido ocasionar Garlobo al castrismo y su aparato represor.
Garlobo ―todo el que lo conoce lo puede atestiguar― es un hombre que moviliza todas sus fuerzas para conseguir el medicamento necesario, el alimento imprescindible. No solo ha sido preso político, sino que ha sido amigo de muchos otros como él, de sus familiares y amigos. Ha creado una red de apoyo, en la que ―sin temor a llamar la corrupción por su nombre― ha sido bastón para muchos otros presos de conciencia.
Sobre las circunstancias de su detención, sus meses en prisión y otros asuntos, conversamos con él.
―Más allá de los supuestos incendios y carteles, ¿cuáles crees que hayan sido las circunstancias exactas por las que la Seguridad del Estado te haya apresado?
―Yo había estado llevando ya las listas de los presos políticos y siempre estuve hablando con los familiares de los presos. Bueno, aún en la actualidad me llevo con muchos de ellos y desde que salí les he estado escribiendo a varios. Después del 11J yo me viré más todavía para los presos, para los familiares, para darles un seguimiento, darles apoyo. Y, bueno, cuando se empieza a hacer la lista del 11J, hay una página que es la de Camila Rodríguez, Justicia 11J, y yo le daba apoyo a ellos y a mucha otra gente; Claudio Gaitán también estaba ahí, Marcel Valdés, bueno, todos ellos. Yo fui uno de los primeros en empezar a hacer las listas; casi la mayoría de los que se han puesto por ahí, los he puesto yo. Eso les molestó.
―¿Cómo fue el proceso de detención y encarcelamiento?
―Estuve primero 40 días en Villa Marista; de ahí soy pasado al Combinado del Este. Estuve 31 días o 30 días en el depósito del Combinado del Este. Estuve ahí en la compañía 23, con 33 presos más. Llegué normal, como un preso común, como un reo cualquiera. Hasta que se enteraron de que yo era político. Entonces me pusieron a mandar ahí, estuve como 16 días mandando. Horrible, horrible. Después me pasan para el cuarto piso, cubículo 2. Estuve en el edificio número 1, que es el de máximo rigor. Estuve en la que le dicen “la incrementada”. Estuve en el edificio 47, que es donde están los condenados a cadena perpetua. Muchas cosas viví ahí. No puedo decir que la pasé bien porque voy a mentir. Sí recibí muchos golpes, no de parte de ningún preso común ni nada de eso. Los presos comunes todos me respetaban. Todo venía de la Policía. Yo estuve 138 días sin comer. Nada más comía lo que me llevaba mi esposa, lo que me podía llevar ella. Y ya, no comía comida de lugar, la comida de la reeducación. En el recuento no daba los buenos días, ni las buenas tardes, ni las buenas noches. Nada.
―¿Cómo fue el trato de las autoridades penales contigo como preso político?
―A los “políticos” no nos tratan como a los “comunes”. Casi no podemos tener ningún tipo de movimiento; cuando nos ven hablándonos entre nosotros, o hablando mucho con otras personas, piensan que estamos uniéndonos para hacer algo. Conmigo ellos se ensañaron de una manera tal que a la gente que ellos vieron andando conmigo la trataban de separar, la llevaban para otros lados. Inventaban cosas para dejarme en celda de castigo, para darme cualquier mano de golpes (cuando te daban, te daban golpes hasta el punto de que te orinabas). Había guardias que no tenían compasión con uno, las manos de golpes no te las daban con tus manos libres, te enshakiraban o a veces te dejaban las esposas puestas, te echaban spray y ahí te daban. Te daban por donde quiera.
Lo otro es el trato cuando pasas por las celdas de castigo y por “la incrementada”, que casi todos los presos políticos pasan por ahí. Allí te tratan como nada, te dejan. Yo estuve convulsionando, y en un viaje estaba orinando sangre, estaba vomitando sangre y no tuvieron un trato conmigo ni bueno ni de ningún tipo. Estuve cuatro días en [el hospital psiquiátrico conocido como] Mazorra porque me afectaron psicológicamente.
―¿Habías tenido encuentros anteriores con la Seguridad del Estado?
―Con la Seguridad he tenido varios encontronazos. La primera vez que entendí que me atacaron fue en Santiago de las Vegas. Yo andaba con una mochila que me robaron de todo. Me dieron un golpe por atrás, prácticamente me desmayaron. Y la segunda fue la de diciembre [de 2023]. Ya he tenido varias detenciones. Yo estuve en la manifestación del 27 de noviembre en el Ministerio de Cultura. Estaba ahí, tengo fotos y todo. También estuve en la del 27 de enero, ahí mismo. Después, cuando se programó la marcha de Archipiélago y Yunior García fui detenido también. Y unas cuantas veces más. Tengo los documentos y todo eso ahí guardado.
―Háblanos de lo que pasó en diciembre…
―En diciembre salí con mi esposa a recoger unos medicamentos que eran para mí, porque no podía dormir y casi no estaba comiendo, estaba vomitando sangre (en la actualidad no puedo dormir como antes). Nos paramos a esperar un carro que nos tenía que venir a buscar y había un carro delante de nosotros. Mi esposa estaba hablando con la muchacha que me iba a facilitar los medicamentos. Yo me senté en la esquina, en un murito, y estaba un muchacho como disimulando, orinando. Eran dos muchachos y uno de ellos me pregunta si el carro era mío. Yo le dije que no, que el carro no era mío. El hombre, acto seguido, le parte para arriba a mi esposa como que para darle o hacerle algo. Mi esposa lo esquiva diciéndole: “Oye, deja la confianza”. Yo me quedo parado al principio, y de momento el hombre viene para arriba de mí con un cuchillo. Yo no había visto el cuchillo. Si él me venía pa arriba yo iba a defenderme, obviamente, pero no me di cuenta de que tenía el cuchillo en la mano. Él me tira y no me doy cuenta de que me había dado la puñalada en la mano. Entonces yo le voy arriba y el otro me empuja, y ahí se mandan a correr. Lo curioso era que había una patrulla más adelante, y, no sé decir bien porque perdí la vista rápido, pero me pareció que hasta se fueron en la patrulla. Yo enseguida averigüé y puse gente a averiguarme: los muchachos no son de por aquí, nadie los conoce, nadie en Quivicán sabe quiénes son.
A la semana me cita a la Seguridad del Estado de nuevo para ver ese problema que había tenido. Yo tuve miedo porque pensé que me iban a virar la condicional, la fianza o algo así, pero no.
Ya la herida más o menos la tengo sana, perdí la movilidad en el dedo chiquito, lo muevo para atrás pero para arriba no puedo moverlo, no puedo. Hace poco fui a ver al médico y me dijo que van a tener que operarme.
―Cuéntanos cómo fue el momento en que te dieron la noticia de tu libertad condicional.
―Ese día por la mañana yo había llamado a mi esposa para saber cómo estaba la situación mía, pero ella no sabía nada. La abogada no le había dicho nada. Ese día yo estaba conversando con varios amigos en el cubículo. De momento llega un guardia y grita mi apellido. En ese momento me dice el socio: “Oye, se te hizo”. Y yo le dije: “¿Se me hizo qué?”. Y me dice: “Que te vas de libertad”. Y yo le digo: “¿Cómo? ¿Libertad?”. Imagínate la alegría.
Ahí recogí todas mis cosas, pero bueno, no me dejaron llevarme muchas cosas. Para qué contar, el piso entero, el piso mío entero y casi el edificio entero cantando, gritándome “Oye sí, se va Garlobo”. Tú sabes, alegría. Mucha gente me hizo llorar, porque no voy a mentir, yo hice muy buenos amigos allí.
―Más allá de lo que sabemos, ¿qué simboliza para ti ser un preso político?
―Muchos nos miran como las personas que les ponemos la cosa mala, pero muchas de esas personas se benefician después a través de nosotros. En la prisión, por ejemplo, los “comunes” se acercan mucho a los “políticos” para que les den consejo, al punto de que nos llegan a ayudar después de todo. Ser preso político no es nada fácil. La gente piensa que porque tú sufriste prisión y ya estás libre no sufres más nada. Yo, por ejemplo, tengo dos hijos, y cargo con eso. Y cargo también con un trauma psicológico de todo ese tiempo. Yo pienso mucho en mi abuela, en mi esposa, en la poca tranquilidad que yo les puedo dar.
Hay mucha gente que habla mal de los presos, habla mal de los que alzan su voz, pero cuando tienen un problema son los primeros que nos agradecen haber sacado la cara también por ellos. Nosotros, como ya hemos perdido ese miedo a ser perjudicados, al final nos convertimos en bastones para todos ellos. Muchas de esas personas al final no te agradecen, pero otras sí. Y con muchos de ellos al final uno termina haciendo buenas amistades.
Lo otro hermoso es que los presos políticos nos convertimos prácticamente en una familia. Nos mandamos cartas, vamos a ver a los familiares del otro. Es una relación de hermandad muy bonita, y aunque la gente por momentos se olvide de los presos políticos, nosotros no podemos porque ya hay un compromiso más grande.
Sigue nuestro canal de WhatsApp. Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de Telegram.