SLP, México.- El panteón de la familia asturiana emigrada a Cuba Álvarez Suárez, otrora dueña de un hotel, una ferretería y una colonia cañera -llamados todos La Campana-, está justo a la entrada del cementerio municipal en Puerto Padre. Allí, junto a sus padres, está sepultado el primogénito, Francisquito, comerciante expropiado que fuera -por obra y gracia del destino- el último condiscípulo del general Raúl Castro que aún vivía.
Francisco Ramón Álvarez Suárez, Francisquito, falleció a la edad de 93 años el pasado 2 de diciembre, por complicaciones respiratorias derivadas de un estado gripal. “La muerte natural de un anciano”, me diría un médico amigo de ambos.
“Si muero primero, que mi muerte no llame la suya. El día que me muera no publiques nada hasta después de uno o dos meses, no sea que también digan, `mira, el último de Dolores lo está llamando´”, me dijo, mitad en broma y mitad en serio, luego de que en junio de 2011 lo entrevistara para Diario de Cuba en ocasión del 80 cumpleaños de Raúl Castro.
Allá por la década del cuarenta del pasado siglo, cuatro adolescentes de familias con fe católica dormían en el mismo cuarto en el Colegio Dolores, en Santiago de Cuba: Raúl Castro, Jorge Serguera, Ramiro Puentes y Francisco Álvarez. Mientras los dos primeros se convirtieron en revolucionarios comunistas, Ramiro, en Victoria de Las Tunas y Francisquito en Puerto, terminaron el bachillerato y trabajaron en los negocios de sus padres hasta que fueran expropiados; Jorge Serguera, quien murió en La Habana, en 1959 tenía el “mérito” de ser el fiscal acusador del comandante Huber Matos; y Ramiro Puentes, exiliado en Estados Unidos, falleció en un accidente de tránsito.
De los que fueron compañeros de dormitorio y de aula en el Colegio Dolores, solo vivían dos contemporáneos, Raúl Castro, nacido en Birán el 3 de junio de 1931, y Francisquito, apenas un mes más joven pues nació en Puerto Padre el 1ro de julio del propio año 1931.
Francisquito, ciudadano cubano-español y que votaba a José María Aznar, a Mariano Rajoy, al PP, no emigró ni a España ni a Estados Unidos, donde tenía a sus dos hijas y otros familiares y muchísimos amigos, sino que terminó jubilándose en una panadería, en la que llevaba la contabilidad.
No mantenía relaciones personales con Raúl Castro, aunque en una oportunidad este le envió a uno de sus ayudantes para interesarse por él, luego de recibir las fotografías del Colegio Dolores que le habían pedido: “Muy amable, pero no, no tengo problemas”, fue su respuesta; aunque sí, sí tenía dificultades, pues no le indemnizaron debidamente bienes expropiados, y la hija mayor, luego fallecida en Estados Unidos, había sido expulsada de la Universidad por “diversionismo ideológico”, un caso para el que Francisquito requirió mi ayuda a través de mi padre, en los años ochenta. Afortunadamente, conseguimos probar legalmente, con testigos, la falsedad de las imputaciones y que la joven se graduara de ingeniera.
No, nada publiqué de su muerte como ahora digo… Adiós, Francisquito, porque premonitoriamente así él me lo pidió, y digo que fue premonitorio porque hubiera sido de muy mal agüero para el general Raúl Castro en un día de celebración para él y su clan -por aquello de que por analogía también se acerca su día final-, saber que el 2 de diciembre, llamado en Cuba “Día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias”, había muerto a los 93 años a causa de una simple gripe, Francisco Álvarez Suárez, el que de adolescente lo acompañaba a jugar a las bolas.